Soñando el futuro
La
habitación del doctor es oscura y solitaria, abigarrados sus muebles de forma asquerosa
con libros gruesos y apolillados. En un rincón cercano a la entrada, una
lámpara de metano ilumina un escritorio de madera desgastada. Sobre él, hay
unas libretas saturadas con apuntes incomprensibles y trozos de papel manchado,
un libro de páginas amarillentas sin tapa, un tintero y dos lapiceras.
El
doctor Hausewitz Moussen vuelve con una taza de café en una mano, y una portátil
multifuncional en la otra. Mira la luminosa pantalla y exclama:
―¡Vaya!
Nuevamente ha subido el valor de los derechos de autor.
Apaga
su portátil, no sin antes ver la hora. 10 PM, la noche recién comienza para él,
mientras el mundo exterior sigue funcionando normalmente. En su habitación el
silencio se hace presente, quebrado de vez en cuando por el alarido de las
páginas doblándose, o el papel siendo mancillado por un anticuado bolígrafo.
Y
así transcurren las noches del doctor Moussen. Para una persona ajena, los
eventos más trascendentes son cuando el doctor se levanta a buscar algún
cuadernillo u libro, o cuando va al baño y se prepara otra taza de café bien cargado.
Pero para él, las cosas más importantes transcurren en su cabeza: Hoy ha hecho
un impresionante descubrimiento.
Aparece
el sol y el cansancio se hace presente. Se duerme con los primeros rayos del
sol alumbrando su cara. Exactamente a
las 11 de la mañana suena el despertador de su portátil, se viste rápidamente y
va al trabajo. La gigantesca Universidad Báltica de la provincia de Dinamarca
(sólo pronunciar su nombre cuesta 5 euros, por concepto de derechos de autor),
ahí, el doctor Moussen imparte la cátedra de Economía y Sociedad Actual. Cuando
llega a la aula 9, encuentra sentado en primera fila a su alumno preferido: Christopher
Schautller.
―Doctor
Moussen, buenas tardes.
―
¿Ya son más de las doce? Perdone. Buenas tardes señor Schautller. Hoy le tengo
una buena noticia, ¡Fantástica diría yo!
―
¿Encontró ya la forma de dejar obsoleto el sistema monetario actual?
―
¡Exactamente! ¡Eso es! ¡Brillante! Se merece escuchar de que se trata.
―Pero,
¿y el certamen de ahora?
―Eso
puede esperar, escuchen.
Ante
toda su clase, que se iba llenando rápidamente de jóvenes ansiosos e inquietos,
el doctor Moussen relató sus ideales con una energía nunca antes vista en él.
―Con
esto podremos eliminar el hambre, las guerras, el dinero y las desigualdades,
las enfermedades e incluso sería posible
no morir.
―
¿No morir? ―Le interrumpe una alumna curiosa― Doctor, ¿está diciendo que sería
posible la vida eterna?
―
¡Absolutamente! También crear comida, inclusive energía del aire,
instantáneamente, casi de la nada, y de una forma tan sencilla que sería un
crimen cobrarle a la humanidad para poder usar esto.
Los
ojos de sus alumnos miraban con atención al doctor. Algunos estaban muy
emocionados y curiosos. Otros casi no se aguantaban la risa. Unos pocos, los
escépticos como Schautller, miraban la ventana distraídos y resignados a no
creer en estas ilusiones.
―Y
bien, ¿qué es “eso” de lo que habla? ―Le pregunta Schautller.
―Pues
no es un objeto, sino dos formando un sistema. El sistema requerirá mucha
energía, así que probablemente sea factible solo cuando se consiga una fuente
de energía renovable y autosustentable. Es decir, una máquina que transforme
cualquier cosa en energía.
―Eso
no sería una fuente de energía completamente renovable ―Responde un alumno
indiferente.
―No
te adelantes. Esta máquina proveerá la energía para que funcione la otra parte
verdaderamente importante del sistema: la máquina teletransportadora.
―
¿Habla en serio? ―Dice un alumno riéndose.
―Claro.
Les explico: todos sabemos que lo que compone el universo, la materia, está
hecha de átomos, los átomos de electrones y otras partículas, y así hasta
llegar a los ents, la estructura básica que forma toda la energía y la materia.
Los ents son, sin entrar en muchos detalles, una acumulación de información.
―
¡Ya lo sabemos, doctor! ―Responden todos un tanto enfadados.
―Lo
que harán estas dos máquinas será modificar la información de los ents; la
primera conseguirá que la energía se transforme en materia y viceversa.
―
¡¿Es eso posible?! ―Exclama un alumno― Si lo es debe ser muy difícil de lograr.
Digo, ¿qué haría la segunda máquina?
―
¡Ah! La máquina teletransportadora. Es algo complicado de explicar. Veamos, la
realidad está compuesta de varias dimensiones espaciales superpuestas: 1, 2, y
así hasta 9. Incluso existe la dimensión 0. La información que contienen los
ents indica exactamente en qué punto se encuentran para cada dimensión. Y la
dimensión 0 es un punto de referencia, es decir, el punto central que sirve
para orientar todas las demás dimensiones.
―Claro,
¿y eso qué? ―Le pregunta un alumno escéptico.
―Al
modificar la dimensión 0, los ents deberían automáticamente cambiar la posición
que ocupan en el universo, es decir, se teletransportarían. ¡Y esa sería la
mejor y más útil invención de todos los tiempos!
―¿Mover
las cosas de un lado a otro? Yo sigo pensando que el descubrimiento de la
Agricultura fue más útil.
―No
se trata de mover las cosas de un lado a otro, ¡No es eso! Lo que se moverían
son los ents. Por lo tanto, sería posible cambiarlos de posición. Ahí se rebela
su mayor utilidad: se puede reorganizar toda la materia y darle la forma que
uno quiera.
―Imagino
que, si alguien tiene un órgano malformado o dañado, se puede reestructurar
completamente con esa máquina para que esté sano. ¿Es eso? ―Pregunta una alumna
ilusionada.
―
¡Eso es! Solo debes tomar cualquier partícula para formar lo que quieras, pues
todas son básicamente lo mismo: ents, información. Resulta que el universo
completo es información, incluso el vacío; ¡de cualquier parte puedes tomar lo
necesario para elaborar oro!
―
¡Claro, así ya sería imposible enfermarse, los virus y bacterias que causan
enfermedades pueden transformarse en vitaminas o proteínas! ―Responde
emocionada la alumna.
―Ustedes
me entienden. Por eso digo que podríamos vivir eternamente, pues cuando
envejezcamos, solo tendremos que reestructurar nuestro cuerpo para que sea más
joven y sano. Adoptaríamos, además, la apariencia que queramos.
―Doctor
―Dice Schautller― usted está muy equivocado: si modificamos nuestro cuerpo,
entonces pasaríamos a ser otra persona distinta. Además, esa tecnología sería
muy cara y difícil de utilizar, e incluso el costo de su desarrollo haría
imposible que fuera gratis para todos.
―Mi
escéptico alumno, con una sola máquina de esas podemos elaborar cualquier cosa,
incluso otras máquinas iguales, a un costo tan bajo como las partículas que las
componen.
―¿Y
cómo eliminamos el dinero en todo este sistema? ―Pregunta Schautller.
―Con
estas máquinas, podríamos tener todos los objetos que necesitemos: comida,
ropa, agua, muebles, casas, maquinarias, aire limpio, etc, etc. Si le repartes
una a cada familia, ¿quién se atrevería a venderle algo a alguien? Ya el dinero
no tendría ninguna utilidad.
―
¡Ja! Idealista. Los que hagan los diseños de los objetos las venderán.
―Y
no faltará quién lo haga gratuitamente, por vocación, así como sucede en
internet.
―Estos
no son más que sueños, doctor. No se volverán realidad. Y si su sueño, de
alguna manera funciona, le ocurrirá lo mismo que a Nicola Tesla y su proyecto Wardenclyffe
Tower: será boicoteado por las grandes empresas. Así que, ¿podríamos comenzar
el certamen?
El
doctor Moussen se entristece. Le duele que sus alumnos no compartan este
optimismo por conseguir un futuro mejor. Apenas terminan las clases, se va al médico.
Ahí, le dicen que tiene un cáncer muy avanzado, imposible de curar con alguna
operación.
Llega
a su casa, cena solo como de costumbre y a las diez de la noche se dirige a su habitación.
Escribe desenfrenadamente en un cuadernillo las ideas que conversó con sus
alumnos, junto a otros detalles más. A la semana ya había terminado. Dejó el
cuadernillo sobre su escritorio, con el siguiente título en la portada:
“Soñando el futuro, firmado a la fecha de 19/09/2029 por el doctor Moussen,
otro idealista”.
Nunca
más volvió a entrar en ese cuarto. Durante un tiempo recorrió, junto a unos pocos
amigos de su juventud, el mundo. Cuatro meses después falleció en un hospital
de El Cairo, Egipto, por un avanzado cáncer.
Ese
hombre murió sin saber que su cuaderno, publicado más tarde como libro, y distribuido
inmediatamente en internet de forma gratuita, sirvió de inspiración a miles de
personas que dedicaron su vida a hacer su sueño realidad, compartiendo su ideal
de hacer el futuro un mundo mejor y más igualitario. Hoy, en el año 2100, ese
idealista es considerado un héroe de la humanidad. Y nunca se imaginó que sus
sueños, después de muerto, se harían realidad.
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