domingo, 7 de agosto de 2011

Muñeco del pasado

Encima de un escritorio, apoyado sobre el lugar más musgoso de una pared antes azul, permanece solitario un antiguo peluche con forma de sol, de un color amarillento, casi anaranjado. Tiene, en su parte delantera, el dibujo de una cara sonriente. Ya que el escritorio está a un lado de la ventana, usualmente es bañado por un dorado resplandor, que sólo durante unas pocas horas llega hasta ese alegre juguete.

Día 26 de julio, otra fría mañana de invierno. Junto a la ventana, el peluche con forma de sol alcanza a ver a su pariente más grande elevarse e inundar la tierra de vida. 

―¿Tan pequeñito es? ¿Se enfermará también en invierno? Quizás por eso algunos días se queda en casa, descansando, y sólo sale por momentos muy cortos. O puede ser que su esposa la luna le pide que cuide a sus hijos. Mi pariente más grande, ¡Qué lleno de vida eres! Pero en estos fríos días de invierno siento lejana tu presencia, como todos, olvidándose de mí ―pensaba el peluche.

Solcito junior le pusieron de nombre, e incluso se lo escribieron con marcador sobre su espalda. Día tras día espera apoyada su espalda contra la pared que su dueño vuelva a jugar con él, lo saque a pasear, a visitar a doña crepúsculo, la peluche con forma de luna que vive dentro de una caja, ubicada al otro lado de la habitación. “Solcito junior está enamorado de doña crepúsculo”, repetía su dueño con una radiante sonrisa, mientras él apenas evitaba sonrojarse ante las miradas furtivas de ella. Días llenos de carcajadas que se fueron, quizás para no volver. 

―Quiero ver a doña crepúsculo alguna otra vez ―pensaba Solcito junior.

Llega la tarde sin que nada extraño ocurra, pasando, el tiempo, completamente desapercibido en este pequeño lugar alejado de todo. Tan sólo la luz y la temperatura van decayendo a medida que el día avanza. “Éste es uno de mis momentos preferidos del día”. Cae el sol y el espectáculo de las nubes vuelve a comenzar, pero esta vez no con tanta fuerza. El crepúsculo, el cielo envuelto en cintas de colores femeninos, llega. 

―¿Porqué te habrá puesto de nombre Doña Crepúsculo, nuestro Matías? En ese tiempo era muy pequeño, ¡tenía solo cuatro años de edad! Apenas sabía lo que significaba esa palabra. ―Solcito Junior observa a través de la ventana la fiesta celestial. La luna, dama de la noche, entra en gloria y majestad, cubierta por delicados lazos púrpuras y rosas.

―Quizás Matías tenía razón.

Matías, ese muchacho inquieto, es el dueño de esta habitación. Siempre fue un niño saludable, lleno de energía y vitalidad; aunque a veces se encerrara a llorar, cuando jugando en la calle se hacía alguna herida, o cuando le retaban por meter la mano donde no debía. Matías es un niño sorprendente: por sus pelos colorines se ganó el apodo por parte de sus padres de “Solcito”, y por eso, cuando a la edad de tres años recibió como regalo un peluche con forma de sol, lo bautizó como “Solcito Junior”. Nombre travieso u inocencia de niño, a Solcito Junior, ese nombre, lo ató de por vida, para tener sólo un dueño, nadie más.

Ya va más de año y medio desde la última vez que Matías visitó esta habitación, solamente para buscar una camisa que se le había olvidado. Se fue junto a su esposa. 

―No soy tan tonto para no saber qué significa el matrimonio, ―pensaba entusiasta Solcito Junior, ―pero espero que alguna vez me recuerde y venga a visitarme… y quizás, a llevarme”.

Varios años pasaron juntos, pero inevitablemente los juegos de pequeño debían acabarse y las ilusiones de adulto comenzaron a alumbrar sus trasnoches. 

―Esa maldita pelota. Siempre que Matías la cogía, no volvía hasta bien tarde, solo para cambiarse de ropa y dormir. 

Pero la pubertad también llegó, y con ella los llantos silenciosos, esas penas que solamente tienen como cómplices, a las almohadas. 

―Me caía bien Isidora, era linda y tierna, siempre me trató bien, pero hacía muy triste a Matías. A Isabel nunca la conocí, pero la odio con todo mi suave interior por romper con él; pobrecito, como sufrió esa vez. En cambio, con Lucia tuve que ver cosas que no quería, ¡incluso me tapaban los ojos para que no pudiera observarlos! Pero sentí que ellos eran muy felices juntos, y eso me ponía contento.

A medida que la relación de Matías con Lucía mejoraba, Solcito Junior iba quedando más olvidado en el estante, sobre el televisor. Siempre mirando con su carita sonriente, era incapaz de demostrar la soledad que poco a poco invadía cada tejido de su cuerpo, como sucias pelusas, mugre o polvo; pero a diferencias de estas últimas, la soledad no se quitaba con un lavado. 

―Será el destino de los juguetes. Por lo menos fui más afortunado que el Globo Joe: el pobrecito solo disfrutó una tarde en esta acogedora habitación.

Y así, cuando Matías ingresó en la universidad, tomó a Solcito Junior y lo colocó sobre el escritorio, apoyada su espalda contra la pared aún azul. En las duras noches de insomnio forzado, ver a su preciado peluche y recordar una alegre infancia le llenaba de ánimos para continuar estudiando, mientras decía, con los ojos medio cerrados: "¡Gracias Solcito Junior!"

―Hermosas palabras, dudo que otro peluche haya tenido nunca un honor tan grande como el mío.

Matías se tituló, gracias al constante esfuerzo del que su querido juguete fue testigo. Y ahí fue donde todo cambió: medio año más o menos buscando un lugar adonde vivir junto a su amada Lucía, y apenas encontró un hogar de su gusto, sacó todo lo que necesitaba de su habitación y las llevó a su nueva casa, dejando atrás todos los juguetes y recuerdos de su infancia. Antes de irse por primera vez le dijo: "Adiós Solcito Junior, siempre fuiste mi preferido, campeón, espero no me extrañes mucho". 

―Pues sí lo haré, y todos los días ―quería regresar en el tiempo y responderle.

Bienestar, ¿Es la eterna tranquilidad? 

―No. La soledad no es algo bueno.

Claridad, ¿es ser alumbrado todas las mañanas por los rayos de luz? 

―Es algo tan cotidiano que no tiene ninguna gracia.

Y el sol, ¿un astro cualquiera? 

―¡Claro que no! Es imposible que la vida sobreviva sin él. Pero, yo soy un sol, el sol de Matías. 

Él vive tranquilamente sin tu compañía, Solcito Junior. ¿No crees que en verdad el sol no es algo necesario? 

―Sí, lo es, siempre lo será. Pero yo soy un sol pequeño, de juguete, de mentira. Aún así tengo un cálido corazón, que emite calor a esta habitación tan fría, vacía y triste. Algún día él volverá, y yo tengo tantas cosas que decirle:

―¡Matías! El otro día vi una nube con forma de cisne, ¿a que no es hermoso?

―¡Matías! Una vez una hormiga pasó por sobre mi cabeza. ¡Y me mordió! Fue doloroso.

―¡Matías! Desde que te fuiste la casa no ha parado de sacudirse, ¡ella también te extraña!, lo bueno es que nada se ha caído, todo sigue en su sitio.

―¡Matías! He visto hoy por fin a la luna en un crepúsculo.

―¡Matías! ¡Descubrí que puedo contar hasta trescientos cinco millones, cuatrocientos noventa y seis mil, nueve cientos doce!, todo seguido y sin perderme.

―¡Matías! Ha estado todo muy triste aquí desde que te fuiste, ¿por qué no quieres venir a verme? ¿Por qué no quieres acordarte que existo? ¿Por qué es que me duele dentro, si solo soy un peluche?

―¡Matías! Tengo esperanzas, ¡vuelve! Juguemos una vez más con doña crepúsculo al “papá y la mamá”. He estado practicando, y creo que por fin sé como besarla bien.

―Matías, este pequeño sol pierde día a día, hora tras hora la llama que antes alimentaba tus carcajadas, retumbándole en la conciencia el sonido del reloj, que recuerda diabólicamente cada segundo, como el tiempo se va gastando. Todas las veces que el sol más grande aparece, siento que ese día por fin volverás. Y cuando se va, siento que mañana será el día indicado.

―Matías, quiero ver alguna otra vez a tu esposa Lucía, jugar con sus hijos y reírnos todos juntos, como antes. Pero creo que solo soy un muñeco del pasado, que no tiene cabida en el futuro.

1 comentario:

  1. Si, este cuento también está en Taringa! XD Pero lo subí yo así que no hay problema.

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